REFLEXIONES DE UNA MADRE

Por Laura Fuertes Peinador. Publicado el 8 de septiembre de 2017.

Lo primero que te llama la atención es ver el calzado de los pequeños perfectamente ordenado junto al tatami, y después, a ellos, en fila, en la postura de saludo, preparados para comenzar la clase.

La primera vez que llevé a mi hijo a Aikido no tenía demasiado claro qué esperar. Había leído algo en internet y entendía que el Aikido es un arte marcial y una filosofía cuya finalidad es derrotar al adversario en caso de conflicto sin llegar a dañarlo ni humillarlo.

En las primeras clases fui viendo cómo practicaban volteretas, cómo realizaban juegos de psicomotricidad y cómo aprendían unos con otros algunas técnicas sencillas. A medida que pasó el tiempo comprobé que bajo estas prácticas existía un intenso trabajo a nivel emocional, personal y social. Los niños y niñas no sólo adquirían destrezas motrices, no sólo aprendían a trabajar con su cuerpo, estaban aprendiendo a trabajar con su mente, a respetar al otro, a colaborar en grupo.

A nivel pedagógico y curricular, el Aikido estaba contribuyendo a ejercitar su capacidad de atención, a ampliar su memoria, a mejorar su capacidad de afrontar nuevas situaciones, a tomar conciencia del respeto por las reglas y a satisfacerse por el trabajo bien realizado. En definitiva, estaba contribuyendo a lograr uno de los objetivos fundamentales en la educación básica: la formación integral de la persona.

Soy consciente de que nada de esto sería posible sin que la persona que les acompaña en el proceso fuera un ejemplo de profesionalidad, afecto y comprensión. Enseñar Aikido a los niños y niñas implica, además de un continuo trabajo personal y profesional, una gran sensibilidad para entender y respetar los tiempos de cada pequeño, para sacar lo mejor de cada uno y cada una cuando es el momento preciso de hacerlo. Con Gemma Torres García estas cualidades están más que satisfechas, sólo hay que ver cómo lleva cada clase y el entusiasmo con el que los niños se implican.

Sin embargo, lo que sin duda me convence, la razón por la que mi hijo sigue practicando Aikido, es el brillo de sus ojos cuando acaba la clase, su sonrisa; sale radiante y tengo la sensación de que parece haber crecido tras cada sesión. Pero CRECER con mayúsculas, el crecer que a los padres y madres nos gusta ver en nuestros hijos e hijas, felicidad, satisfacción por la tarea bien hecha, realización personal... Uno de los mejores regalos que podemos hacerles, acompañarles mientras crean su propio camino hacia la madurez y facilitarles oportunidades para su completo desarrollo personal, emocional y social.

Laura Fuertes Peinador

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